Basta
ya de cumplir
con
ritos y almanaques;
basta
ya de sonreír desde la niebla intacta del espejo.
Se
han roto las cadenas de sal y precipicio
donde
estuve perpetua
y
sube por mis muslos
una
confianza débil.
Me
quito la camisa de piel cascada
y
rota
y
enarbolo las sílabas
de
algún momento nuevo.
Hoy
he vuelto a la casa
donde
sufrí y maldije,
pero
entera y liviana
me
suspendo en los muros que habían grabado a fuego
los
reproches,
los
golpes,
las
cenizas del beso.
Ya
no hay furia ni engaños;
no
bajan por mis senos
las
llaves de la muerte
ni
ocultan las ventanas
las
úlceras maduras;
sólo hay pan en la mesa,
y
en cuadernos inéditos
esa palabra mágica que busqué
tanto tiempo…
©Teresa Palazzo Conti
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