Afuera oigo
el murmullo del mar que me envuelve con su música. Pese a que hace poco que
resido aquí, me voy acostumbrando a su presencia. El agua verde amarronada de
la costa tiene pretensiones de azul allá en el fondo. El recuerdo de la ciudad
se va diluyendo, tornándose menos añoranza que grata anécdota. El viento sopla
y arremolina todo lo que halla a su paso; incluido lo subjetivo, el ayer y el
hoy.
Muy cerca
de la costa, de vez en cuando, unas embarcaciones se aproximan demasiado; algunas
naufragan. Estamos muy cerca de la boca del embudo, la entrada al Plata. Las
naves comercian con los saladeros del río-estuario.
Tuyú viene
liderando un malón de los suyos; persiguen un grupo de ñandúes, hacia la zona
de Ajó.
El cielo
deviene plomizo, pesado. Amalgama de nubes cubre el cenit. El mar está bravo,
lo oigo más. Las olas se quiebran en diferentes direcciones, hacen espuma,
mucho viento. Vuela arena. Médanos de oro se sacuden el polvo hasta que el
aguacero les cae encima.
Tuyú se ha
percatado de que se aproxima una tormenta, y se fastidia porque la anciana no
fue capaz de predecirla. Fue ese maldito retrato, dice para él. El huinca que
los pintó les quitó su esencia, en el retrato quedaron sus poderes; ahora
vagarán por la pampa a la deriva, sin la protección de su parte mística. Con el
mar tan picado no da para pescar ni una corvina, así que los ñandúes son la
única opción para una comida decente. Hay que apurarse, la arena que vuela
desde los médanos se les mete en los ojos. Lagrimeando, uno de los indios bolea
uno de esas aves, pura zancada y aleteo estéril.
Una carreta
que se dirige a la estancia San Bernardo se detiene en el Jagüel del Medio; los
caballos fueron exigidos de más para ganarle al temporal, al menos allí tendrán
agua fresca.
Ahora
llueve de manera torrencial. Yo estoy adentro, los sonidos me invaden. Además,
experimento la sensación de estar viviendo un no-tiempo, como si hubiera caído
en una suerte de agujero negro donde todo lo acontecido se mezcla por una
fuerza centrípeta.
La
oscuridad comienza a vencer su partida contra el día, prendo la hornalla y
pongo la pava al fuego.
El ñandú
será su cena. Los indios comienzan a pelar el animal y hacen una fogata.
Una nave
británica se sacude en el mar embravecido. El capitán del Her Royal Highness se
percata de que no lo lograrán. Por el oleaje y el fuego que se ve a lo lejos deduce
que la costa está próxima.
Me cebo un
mate espumoso, su espuma me recuerda la del mar. Pienso en los marinos del
Royal, buscando desesperados una madera a la cual aferrarse; nadando hacia la
orilla unos, expirando otros. No hay duda de que a esta zona la habitan
fantasmas; me voy acostumbrando a ellos, como a la música que llega desde el
mar.
Muy bueno. Me ha gustado mucho la forma con que te recreas en los detalles, una descripción excelente de la cotidianidad. Un saludo
ResponderEliminarEs un relato lleno de poesía. Me ha encantado.
ResponderEliminarMomento vivido, con detalles precisos. Bravooooooooooo
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