Ana contempla su imagen y sonríe frente al espejo.
Acaricia con la mano sus arrugas pero no las cuenta, pues le parece
absurdo preocuparse por algo que no tiene remedio. Sin sus gafas, su imagen no
es nítida y eso es una ventaja. Ana es una mujer pizpireta y coqueta,
pero la atractiva madurez serena que ha adquirido su rostro con el paso de los
años y la inevitable presbicia, han hecho que se sienta bien consigo misma.
Hubo una época en que le preocupaban mucho sus arrugas y
al segundo se arrepentía por haberse observado con tanto detenimiento
y abandonaba el cuarto de baño con una mueca de disgusto que la acompañaba
durante un buen rato. Dejó de preocuparse en contarlas cuando decidió acabar
con la vida que llevaba. De eso hacía más de diez años. Aquel día se
despertó antes de que la alarma del reloj anunciara el comienzo de la jornada y
no halló a su marido en la cama. Le pareció que hablaba en el baño y acercó la
oreja a la puerta. Charlaba con alguien, susurrando. "¿Tan temprano?", se
dijo. "¿Quién se levanta a
las cinco de la mañana para llamar por teléfono?" Ese día su esposo viajaba a Barcelona.
Solía hacerlo a menudo por su trabajo aunque últimamente lo hacía mucho más.
Oyó que él se despedía con un "estoy deseando verte, cariño", y la sangre se le heló en las
venas. Se fue de puntillas a la cama
para que él no la descubriera espiando. Se hizo la dormida y al cabo de muy
poco sonó el despertador.
De regreso del viaje preguntó a su marido y él le confirmó que
mantenía una relación con otra mujer. Se llamaba Miriam y era una compañera de
trabajo. Tenía la frescura que dan los treinta y la complicidad de decenas de
horas compartidas en la oficina. "Era
inevitable que esto sucediera cuando el amor de los primeros años se ha agotado
con la llegada del otoño. ¿Qué pueden hacer el hastío y la rutina contra la
primavera?", pensó,
justificando así lo sucedido.
Se quedó con la casa y con el utilitario y su ex marido se llevó
la colección de música, las películas, un par de cuadros y poco más. Pero lo
más importante es que se también se llevó sus ganas de volver a amar.
"¿Cómo volver a confiar,
cómo?"
Con cuarenta y dos años, tuvo de ver nacer al primer
hijo de su ex marido (ellos no habían podido tener descendencia), lo que la
sumió en una profunda tristeza. Se sentía vacía. Con una vida aburrida, poco
tenía que esperar de lo que le quedaba por caminar. Perdida la esperanza,
aquella consistía en trabajar, quedar de tarde en tarde con los pocos
amigos que conservaba de su vida de casada y con algunos que se habían
incorporado a la nueva, leer o escribir. No era dada a ir sola a los
sitios pues estaba acostumbrada a salir acompañada. Un museo, el cine, o un
simple paseo se le tornaba un reto complicado de superar.
Tres años después, Alicia, una compañera de trabajo, le anunció
que entraba en el club de los divorciados. Se lo confesó serena y relajada
pues, en su caso, fue decisión propia y esas, sin duda, eran más llevaderas que
las decisiones en las que no se participa. Desde ese momento, la vida de Ana
cambió radicalmente, al introducirla Alicia en su círculo de amigos singles. "Qué
palabreja tan ridícula", se dijo entonces.
Entre los amigos de su compañera se hallaba un hombre de
unos cincuenta, con buena presencia y mirada limpia, que le llamó especialmente
la atención por su cordialidad y simpatía. Se llamaba Manuel y congeniaron
enseguida. Un par de semanas más tarde, quedaron para tomar un café fuera
de las salidas habituales del grupo. Tras varios cafés más y un par de comidas,
finalmente la invito a ir a su casa. De eso hacía ya más de diez años.
Manuel aparece en el cuarto de baño y mira a Ana con
una sonrisa en los labios. Ella sigue mirando su rostro y sonriendo, sin
apercibirse de su presencia. Manuel la coge por la cintura y Ana da un respingo,
se vuelve y le acaricia el rostro, dándole un suave beso en los labios.
- Deja de mirarte tanto, mujer, sigues siendo preciosa.
- ¡Si ya no puedo casi verme sin gafas, Manu!
- Querida, el tiempo pasa pero tú estás igual de atractiva.
- Es que me ves con buenos ojos.
- ¿Con qué ojos se mira a quien se ama sino con los del
corazón?
- Sigues siendo un poeta.
- Y tú una mujer hermosa. No lo digo yo, lo veo en las
miradas de los hombres.
- ¿Celosillo?
- En absoluto. Me encanta que te miren. Ellos miran, yo
acaricio...
- Eres maravilloso, Manu.
Manuel la atrae hacia él, acaricia su pelo y muerde suavemente
sus labios. En efecto, la sigue viendo como el primer día: una mujer
maravillosa. El tiempo pasa pero para ellos parece que se ha detenido.
- Lo sé, mi amor. Por cierto, recuerda que Clara y Edu vienen a
cenar esta noche.
- No lo he olvidado, cariño. He preparado mi ensalada
especial "Ana".
- Conviertes una simple ensalada en una delicatessen.
No sé cómo lo consigues. A los chicos les encanta.
- Con piñones y jamón ibérico, ¿cómo no conseguirlo?
- Intuyo que van a contarnos algo importante. Clara estaba muy
habladora. Cuando no para de hablar es que está nerviosa pero
ilusionada. Me atrevería a decir que estaba loca de contenta cuando llamó
para preguntarnos que si nos venía bien que vinieran a cenar a casa hoy.
- ¿Un nieto?
- ¿Qué si no?
- Un nieto, Manu.
- Nuestro nieto, Ana.
- Tu nieto.
- Nuestro nieto, mi amor. A mi hija te la ganaste y a mi yerno,
también.
- La quiero, nos queremos las dos y cómo no ganarme a Eduardo si
tu hija es tan inteligente y buena persona como su padre y supo elegir bien?
Edu es un hombre extraordinario.
- Eligieron bien los dos, ¿no?
- Elegimos bien los cuatro.
- Ana, ¿crees que nos dará tiempo para sentarnos un ratito en el
sofá y ver una peli antes de que vengan?
- Está todo listo, cariño. Sólo queda poner la mesa, que
prepares tu crema especial para las tartaletas y poco más.
- ¿Y me mimarás?
- ¿Y cuándo he dejado de hacerlo desde que nos conocemos, Manu?
- ¿Y yo? ¿He respondido siempre a tus expectativas, cariño?
- Como los arco iris, mi amor, que brillan e iluminan. Los arco
iris siempre cumplen con mis expectativas y me hacen sonreír cuando los
contemplo. Son pura magia.
- ¿Vemos nuestra peli favorita, Ana?
- Claro, cariño, búscala y dale al play mientras voy a por patatas y un
vinito. Nos quedan dos horas de sofá y mantita.
- Te quiero, nena.
- Idem.
Autora: Aída del Pozo.
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