viernes, 13 de febrero de 2015

A mi que me eternicen el contigo.

Tengo más años de los que me gustaría; menos de los que aparento. He tenido un poco una vida de mierda; mi madre tiene cáncer. Y ya sé que esto no es un jodido grupo de apoyo.
El día que ella anunció que esta puta enfermedad se le había agarrado tan así, tan sin avisar, sentí que la muerte dejaba caer su mano sobre mi hombro, y susurraba entre risas un maldito ''te lo dije''. Porque yo ya la había soñado así; porque las cosas bonitas son las que siempre se lleva. Ella empezó a tutear a la muerte aquel día, y la muerte se enamoró de ella.
Por un momento entendí que la quisiera toda para ella, que se la quisiera llevar como al resto; pero que no, no podía permitir que se marchara sin tener que irme yo con ella. El mundo la necesitaba aquí; yo la necesitaba aquí.


Supongo que de esto nunca vais a entender porque no la habéis visto reír, pero lo raro sería que nadie quisiera luchar por tenerla en su vida. Porque ELLA es la clara definición de belleza; que belleza es todo lo que ella hace, todo lo que dice, todo lo que ríe, todo lo que sueña. Porque solo ella es capaz de hacer hasta de los pasillos de los hospitales un lugar más bonito solo con caminar, y eso lo he visto yo.
Su cáncer hizo metástasis en mi cuerpo, en lugar de en el suyo; se me agarró al corazón y me atravesó el pecho, y la piel. Y se convirtió en lágrimas que jamás quise compartir con nadie. Y hoy las suelto aquí, porque si, porque la quiero, porque si yo fuese la muerte también me habría enamorado de ella. 


El día que ella anunció que su cuerpo había decidido empezar a morir un poquito más rápido que el resto, fue el día que yo empecé a odiar, un poquito, el mundo. Con ella se había cebado la injusticia.
Por fugaz, le pedí que se quedara, que me siguiera sonriendo el resto de los días que nos quedaban, que no rompiese jamás esa puta manía que tenía de no usar el despertador para que su voz fuese lo primero que escuchaba cada mañana. 


Recuerdo el día que mientras me rompía (sin que ella lo supiese), decidimos acabar con su pelo; con mi falsa sonrisa y sus lágrimas haciendo equipo. Ese día descubrí que no lo necesitaba para seguir siendo lo más bonito que habían visto todos mis amaneceres. Y que nadie piense que es mi debilidad, porque lo es. 


Hoy me siguen doliendo todas esa lágrimas que ha derramado, todos esos paseos que no hemos podido dar juntas, todas esos abrazos que no ha podido darme, por si dolía. Y veréis, que de sus pestañas hayan colgado el mar, yo no lo perdono. 


Ojalá pudiese contaros que en realidad no la quiero tanto como digo, que la quiero muchísimo más. 





Autora: Paula García
Twitter: @corazoncoraza__

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