En mi
familia siempre hemos creído en mundos paralelos. Gracias a ellos sobrevivimos
durante la Gran
Recesión. Papá nos engañaba el hambre y la miseria con
sucesos de personajes que vivían junto a nosotros pero a los que no podíamos
ver. Todo un mundo imaginario que se colaba constantemente en nuestras vidas,
se entremezclaba con ellas y nos protegía de la dura realidad. Si no había nada
en la despensa era que nos habían saqueado los gnomos de las rocas, incapaces
de cultivar sus propios alimentos. Si nos traía para comer alguna gallina
escuálida que había robado, decía que era un obsequio del Rey Florián por algún
servicio prestado. Si el tío Alberto había desaparecido, lo más seguro fusilado
y enterrado en alguna cuneta, era que se había unido a las hordas del Gran
Guerrero y estaba viviendo mil aventuras. Si volvía a casa después de dos días
con un diente roto y magulladuras por todo el cuerpo era que los bandidos de la
floresta le habían tendido una emboscada para hacerlo prisionero. Mi madre
callaba y le dejaba hacer mientras cocinaba, lavaba con agua helada y remendaba
una y otra vez los agujeros de nuestra ropa y de nuestros corazones. Un día de
Nochebuena papá nos dijo que salía a buscar unos regalos y ya no volvió nunca
más. Mamá, muerta de dolor, se sacó del estómago toda la podredumbre que había
rumiado durante años y despotricó durante dos días con sus noches diciendo que
papá había sido un soñador que no supo aprovechar ninguna oportunidad de la
vida, un pusilánime, un iluso y un ingenuo incapaz de sacar adelante a su
familia, y que él, y sus mundos paralelos, podían irse al infierno. A pesar de
todo, nosotros siempre le hemos recordado con cariño. Hace una semana, después
de cuarenta años, visitamos la destartalada casucha antes de venderla a una
constructora y vimos aparecer a un hombre por el camino. Era papá. Vestía la
misma ropa gastada con la que desapareció aquella Nochebuena, tenía el mismo
aspecto de entonces y llevaba varios ostentosos paquetes debajo del brazo.
Seguramente, el Rey Florián le había entretenido más de la cuenta con algún
importante menester.
foto de Pilar Mariscal |
Autor: Mar Horno (@Horno Mar)
En el libro "Precipicios habitados"
Una maravilla, Mar
ResponderEliminarMuy bueno! Quién no quisiera a veces perderse en uno de esos mundos paralelos!
ResponderEliminar