lunes, 10 de noviembre de 2014

El infierno de las bestias



 Se escuchaban los aullidos desde lejos. Corrí pero, cuando llegué, el galgo ya había muerto y su cuerpo se balanceaba colgado de un árbol. Al cazador no le había parecido suficiente hacerle tocar el piano: ahorcarlo de manera que se mantuviera en precario equilibrio sobre las puntas de sus patas hasta rendirse, agotado, a la muerte inevitable. No. Probablemente el animal había resistido demasiado tiempo y lo había rociado con gasolina. Supongo que tenía prisa; aunque trajo el bidón antes de saberlo, ¿no es cierto?
   Observaba el cadáver fijamente y no me vio venir. Los machotes no son tan duros cuando les golpeas con ganas. Se retorcía en el suelo, gimoteando mientras intentaba parar los golpes. Cuando le quebré el brazo con el tacón de la bota se quedó sin aliento y vomitó. Luego, sólo sollozos y el olor a la carne chamuscada del perro. Farfullaba que tenía dos años; que no había cazado suficientes piezas; que alimentarle hasta la siguiente temporada era caro; que todos los cazadores lo hacían; que él por lo menos no le había inyectado lejía ni arrojado a un pozo; que a las bestias que no sirven para nada se les da boleto.
   No estaba de acuerdo, pero le di la razón y le prendí fuego.

                                                                                               Gema Bocardo © 



Cada año más de 50.000 galgos son asesinados en España.

4 comentarios:

  1. Final apoteósico Gema. La frase "no estaba de acuerdo, pero le di la razón" es tremenda.

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  2. Gracias, Mar. Es un relato que salió de dentro.

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  3. Desgarrador, Gema. Tocaste uno de mis puntos mas débiles. Además, es mi raza preferida. No soporto el sufrimiento que les hacen.
    Gracias por compartir este testimonio.
    Un fuerte abrazo, Gema.

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