“¿Sabe una mirada que es deseo de alguien? ¿Saben unos
labios que otros quieren rozarlos con un beso? ¿Acaso sabe una caricia que es
el fuego de una piel que se estremece? En estas ganas estoy rendida sabiéndote
lejos. Añora mi cuerpo la llama que se enciende cada vez que te imagina dentro.
Morir por la espera, morir lentamente, morir pensándote…”
La mujer leía aquella novela, miraba de vez en cuando la
televisión y de cuando en vez, observaba el pecho de su marido, que subía y
bajaba a ritmo descompasado. Pasaba la tarde, monótona, entre lectura, película
y ronquidos de aquel hombre ya entrado en años, calvo y con un cuerpo deformado
por los kilos y los años. Ella continuó
la lectura y apagó el televisor y en ese momento, el hombre se despertó.
Miró a su esposa y sonrió.
– Ronco mucho, ¿verdad?
– Un poquito.
– Lo siento…
– Debería estar acostumbrada, pero a este soniquete no se
acostumbra una nunca. Pareces un tren llegando a la estación…
– Mi estación está aquí, contigo, por eso ronco así.
La mujer lo miró y
con su mano acarició la cara del hombre.
– ¿Qué lees? -preguntó él, poniendo su mano en la mano de
ella y reteniendo así su caricia.
– Una novela romántica… ¿Me das un beso?- dijo ella de
pronto.
– Y mil.
La mujer apretó su boca
contra la del hombre y después perdió su cabeza en el pecho de éste.
– Aun con ronquidos, te quiero.- comentó mientras escuchaba
los latidos de su corazón- Quiero leerte algo.
– Como quieras pero yo creía que ahora venía… Es lo que
viene cuando hundes tu cabeza en mi pecho.
– Después de que te lea esto.- Sonrió la mujer.
“Todo mi ser sueña con hojas amarillas y con el sonido de
esas hojas crujiendo bajo nuestros pies, cuando aún estabas conmigo esos otoños
que olían a lluvia. Toda yo imagina tu piel pegada a la mía, la humedad de tu
boca regando mis besos y nuestra mirada contemplando los soles de primavera.
Recuerdo la arena bajo nuestros pies descalzos, mojándose en el agua del mar y
las olas bañando nuestros cuerpos. Los copos de nieve sobre el alfeizar de la
ventana, los cristales empañados, la chimenea, nosotros… Tú dentro de mí, yo
dentro de ti. Los dos, ambos… Ya no estás, te fuiste, te perdí, te añoré, te
lloré. No te olvido y donde quiera que estés, volveré algún día a sentir todo
aquello que sentí a tu lado. Pues cuando te despediste me prometiste que
ocurriría, que un día volveríamos a estar juntos. Y ahora veo las hojas
amarillas, la lluvia, el sol, la arena, el mar, los cristales empañados, la
nieve, el vaho, la chimenea… Te veo a ti. Todos y cada uno de los días que
pasan, estás en mí. Y te espero, te espero, te espero…”
– Es muy triste.
– Es hermoso- contestó ella-. Ahora sí, ven.
– Tú no me tienes que esperar nunca.
– Lo sé. Tú siempre estás a mi lado y por eso te quiero.
– ¿Aunque no hayamos
pisado jamás hojas amarillas juntos?
– Siempre hay tiempo si hay ganas de pisarlas…
Autora: Aída del pozo
No olvides pasarte por su blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario